Homo, homini lipus.
Regreso de Vietnam.
Mi primera experiencia fuera de Europa, la vieja y conocida.
Allí todo era diferente, el tiempo se deslizaba, yo me movía entre los calores y el frenesí. El lenguaje, los códigos, la temperatura, la comida, los colores, los ruidos, los hombres, las mujeres, los niños, perros, gatos... ahora parece un sueño.
Tan lejos, pero igual a lo conocido en lo esencial.
Regreso con sensaciones enfrentadas.
¿Cómo se consigue hacer de la pobreza una atracción turística? No lo sé, pero allí pasa.
Subir por el delta del Mekong es disfrutar de la brisa fresca a la sombra de un techo de bambú, comer fruta, adormecerse con el ruido consatante y sordo del motor, pero tambien es ver las orillas llenas de viviendas construidas con restos industriales peleando con la vegetación por asomarse, y entender que no hay recursos, que aquello tan pintoresco no es sino pobreza, hambre que se puede suprimir, enfermedades que se pueden curar, enseñanza que no llega...
Lo mismpo pasa en Hanoi, Saigón, las carreteras que conectan las poblaciones importantes, todas llenas de gente.
La gente de Vietnam, tiene toda la dulzura que le falta a su medio. Amables en general, sonrientes en todo momento, picarescos en ocasiones...
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