17.10.06

El barranc de l´infern


Una escalera que no tiene un principio visible, ni un final.
Podría ser el escenario de un cuento, una novela de aventuras.
Asomada al barranco, veía aparecer y desaparecer trozos escalera por alguna loma de la montaña, aquí y allá, inconexos, rústicos, algunos escalones muy marcados, otros apenas subían del suelo, entre la maleza, se estrechaba a medida que se alejaba de la vista efecto de la perspectiva, zigzagueaba subiendo, serpenteaba bajando. 8.000 escalones, me dijeron, en total. Preciosos todos y cada uno, hechos por manos trabjadoras, por aquellos moros que éramos nosotros antes de ser cristianos, para recoger almendras, algarrobas, cerezas... porque a los dos lados del barranco hay pequeñas terrazas con almendros, algarrobos o vacios, que aguantan y civilizan lo salvaje. Recuerdan cuánto sudor ha hecho falta para poder ver todo esto a través de los ojos de un paseante.

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